Normalmente me suelo sorprender con
algunos razonamientos del seguidor de fútbol de a pie, el de toda la vida, el
de los bares y la cañita, el que todo lo sabe sin haber pisado un estadio de
fútbol jamás, pues ese. En esta ocasión mi sorpresa es aún más mayúscula.
Hablemos del Villarreal CF.
Y es que en los últimos tiempos una
extraña corriente nos lleva a aguas castellonenses a través del mediterráneo.
El equipo de Fernando Roig está atravesando su peor momento de la última
década, y la voz popular, para sorpresa mía propia y la de muchos más, no se
explica cómo puede estar ocurriendo esto.
Bien empezaríamos diciendo que
Villarreal es una ciudad de no más de 50.000 habitantes, que tal vez reúne un
par de veces al mes a algo menos de 20.000 (y somos generosos) personas en un
campo de fútbol donde se ha visto jugar la mayor competición europea de clubes,
y donde se han saboreado las mejores mieles que algún día podían haber soñado.
Sustentado en una economía poco
menos que alfarera, esta ciudad, y a la par el club, ahora sufre la
decapitación de la misma a través de la crisis española en el mundo de la
construcción, y es que Pamesa, empresa de su presidente, no puede otorgar más
dinero a las arcas amarillas, que por primera vez en estos diez años, y tras
ventas jugosísimas como la de Cazorla al Málaga CF., no ha evitado presentar
números rojos en forma de millones de euros a final del curso regular.
Los fichajes ya no son los que
eran. Ya no llegan ni Riquelme, ni Pirés, ni Forlán, y sus incorporaciones
bombas se limitan al traspaso in extremis de De Guzmán (el hermano bueno del
mediocre jugador de ascendencia canadiense que tuvo el Depor en su medular), o
al de César, joven promesa de 40 años.
Su equipo se ha vulgarizado, y en
su once se encuentran nombres como Cristóbal, Musacchio, Hernán Pérez, Joan
Oriol, Marcos Gullón o Gerard Bordás. Estos, que por si fuera poco, y más allá
de su calidad, ante las lesiones de piezas claves se han tenido que echar a la
espalda el resto de una permanencia que se antoja negra, muy negra, vista la
falta de experiencia de los mismos.
Como decimos, esto se une al factor
de lesiones como las que han sufrido Rossi (aún convaleciente) o Nilmar, y han
dejado el peso de la capacidad anotadora a Marco Ruben, un delantero que no ha
pasado de los 10 goles en ningún equipo en los que ha estado en Primera
División.
Su cantera, por si fuera poco, está
destinada al fracaso, ya que los últimos informes dejan patente la falta de medios
para mantener las 1000 bocas que tienen que dar de comer en la misma. Todo esto
amén de instalaciones, mantenimiento, personal jurídico, técnico, educativo o
psicológico, y con la fuerte idea de que cada día que pasa es más normal que su
filial se vea abocado a un descenso obligado a 2ª División B vista ya la
situación del primer equipo.
Y es que un club sin tradición en
Primera (excepto la última década), sin masa social alguna, avocado en
principio al fútbol de pueblo, y montado los últimos años en una nube
periodística que les auguraba un placentero futuro en la élite por siempre
jamás, ve con desconfianza y recelo que se acerca a unos puestos dramáticos que
le harían no poder llevar a cabo el pago del gran número de nóminas que tiene y
que firmaron en época de vacas gordas.
Ahora las vacas que han llegado son
más flacas que nunca, Pamesa no está cerca del club, y en el recuerdo del
aficionado amarillo solo hay un pensamiento. El pensamiento del que añora con
ojos melancólicos una época dorada, el del niño pequeño que ve que su caramelo
cayó al suelo antes de haberlo probado: “Si nos vamos a pique, nos iremos sin
haber ganado absolutamente nada en todos estos años…”
Cosas del fútbol.
Isaac Fuentes
Al Vila Real (dicho en valenciano) lo está destruyendo el lucro personal de algunos directivos que han perdido los años de proyecto encaminado que en algún momento había podido concretar. Es largo para hablar el tema, está bueno tu artículo.
ResponderEliminarLindo blog, suerte con él.
Saludos.
EL 10 Y 10 MÁS